
Había una vez una niña muy curiosa a la que llamaban Ricitos de Oro. Cierto día, se encontraba la niña recogiendo frutos en el bosque cuando divisó a lo lejos una coqueta cabaña.
Atraída por lo llamativo del lugar, se acercó hasta la puerta y descubrió que estaba abierta. Así que decidió entrar. Descubrió en el interior de la estancia una mesa que contaba con tres tazas de leche y miel. Todas, servidas consecutivamente en relación a su tamaño, de mayor a menor.
La niña comenzó a sentirse algo hambrienta, y decidió servirse de la mayor de las tazas. Pronto descubrió que la leche que contenía estaba ardiendo, así que decidió probar de la siguiente taza. Al igual que la primera, el contenido era excesivamente caliente, así que probó suerte con la más pequeña de las tazas. Tan sabrosa le resulto la leche de la taza más diminuta, que la terminó toda.
Después, Ricitos de Oro entendió que era una buena idea sentarse a descansar un rato, y se dirigió a la mayor de las sillas, pero pronto se dio cuenta de que era demasiado alta para ella. Y de la misma forma, probó la silla mediana, algo ancha aún. Así que, finalmente, se reclinó en la tercera silla, aunque con tanta fuerza que la despedazó al instante con su peso. (more…)
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